El poeta Juan Manuel Roca desaconseja que nos matemos borrachos.
“Es el problema del alcohol; alguien puede suicidarse y al día siguiente no acordarse de nada”
Héctor Abad Faciolince
puede ser que la respuesta sea no preguntarse porqué
perderse por los bares donde se bebe sin sed
Fito
—En el alba —dijo el poeta— me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí.
Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu.
—El que ahora compartimos los dos —el Rey musitó—. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último.
El espejo y la máscara. Jorge Luis Borges
nos encontramos en un café,
la ciudad está triste, tristísima en esta época del año. los otoños aquí son especialmente melancólicos, la luz declina, tangente sobre los cuerpos, el alma infunde cierta pereza a los brazos, esa epidemia de tristeza ya descrita, aquella serie de casos incidentes que nadie va a publicar pero que todos asentimos al leer,
en el norte no es lo mismo ver llover sobre el monte que sobre un montón de ladrillos y papeles rotos, el cemento no huele, cansa la lluvia pesada en los coches y las alcantarillas. no basta la poética del charco.
al llover se comban algunos objetos, esas medusas del aire, melancólicas, el exilio de luz, la ñoaranza de aquella rayita azul que consumíamos en julio compulsivamente, como en una recaída, para no querer marchar nunca del lado del mar
la vida es esto, me decía
nos miramos, movíamos las manos confundidos, el café, encendíamos palabras, ese ritual antiguo, apagar cigarros, aspirar, humo, los dedos de vacaciones por la mesa. nos mirábamos al borde de todo. alrededor todo, nada. tan lejos, tan cerca.
nos contamos de nuevo nuestras historias, las historias de antes, las historias de siempre, la palabra como un vértigo, un hilo tendido
sabemos que no hay respuestas, pero a veces nos gustaría que nos contestasen, me decía, asentí, que nos contestasen, que alguien pusiera un resumen claro de lo que pasa
y la noche, esa línea en la noche, tras la persiana, esa en la que no tienes a nadie aunque no duermas sola, esa línea de miedo en la que sigues oyendo, cierras los ojos sigues oyendo
y quieres preguntar o quieres hablar y las palabras ya no sirven para nada
sonrió, el pelo corto, estaba radiante, se le había difuminado el rimel por las lágrimas
mira, nadie habla, nadie siente, nadie te va a escuchar de nuevo,
vas a quedarte con preguntas que nadie te va a contestar
es duro pero mira, es así, cada uno lo maneja como puede
la vida es esto
giró sus manos
tenía una profunda herida en el dorso
me miró a los ojos
una vez también yo tenía alas y las perdí
fui expulsada,
no me arrepiento de nada,
es el precio por haber conocido la Belleza
lo sé, dije
enseñé mis manos
que vivan otros en tierra
lo sé
la vida era esto
sonreímos, tristes, dulcemente tristes,
contemporáneas
la ciudad está triste, tristísima en esta época del año. los otoños aquí son especialmente melancólicos, la luz declina, tangente sobre los cuerpos, el alma infunde cierta pereza a los brazos, esa epidemia de tristeza ya descrita, aquella serie de casos incidentes que nadie va a publicar pero que todos asentimos al leer,
en el norte no es lo mismo ver llover sobre el monte que sobre un montón de ladrillos y papeles rotos, el cemento no huele, cansa la lluvia pesada en los coches y las alcantarillas. no basta la poética del charco.
al llover se comban algunos objetos, esas medusas del aire, melancólicas, el exilio de luz, la ñoaranza de aquella rayita azul que consumíamos en julio compulsivamente, como en una recaída, para no querer marchar nunca del lado del mar
la vida es esto, me decía
nos miramos, movíamos las manos confundidos, el café, encendíamos palabras, ese ritual antiguo, apagar cigarros, aspirar, humo, los dedos de vacaciones por la mesa. nos mirábamos al borde de todo. alrededor todo, nada. tan lejos, tan cerca.
nos contamos de nuevo nuestras historias, las historias de antes, las historias de siempre, la palabra como un vértigo, un hilo tendido
sabemos que no hay respuestas, pero a veces nos gustaría que nos contestasen, me decía, asentí, que nos contestasen, que alguien pusiera un resumen claro de lo que pasa
y la noche, esa línea en la noche, tras la persiana, esa en la que no tienes a nadie aunque no duermas sola, esa línea de miedo en la que sigues oyendo, cierras los ojos sigues oyendo
y quieres preguntar o quieres hablar y las palabras ya no sirven para nada
sonrió, el pelo corto, estaba radiante, se le había difuminado el rimel por las lágrimas
mira, nadie habla, nadie siente, nadie te va a escuchar de nuevo,
vas a quedarte con preguntas que nadie te va a contestar
es duro pero mira, es así, cada uno lo maneja como puede
la vida es esto
giró sus manos
tenía una profunda herida en el dorso
me miró a los ojos
una vez también yo tenía alas y las perdí
fui expulsada,
no me arrepiento de nada,
es el precio por haber conocido la Belleza
lo sé, dije
enseñé mis manos
que vivan otros en tierra
lo sé
la vida era esto
sonreímos, tristes, dulcemente tristes,
contemporáneas
Artemio Rulán. Cuaderno Negro
Preguntamos por si acaso hubiera un oráculo, para mentirnos o que nos mientan, para decir lo que no se puede decir porque no es, para hablar cuando las palabras ya no sirven para nada y nos caemos (o nos arrojamos) de cabeza a es(t)a nada.
ResponderEliminarA veces se convoca
ResponderEliminarsin nombre, en un ahora,
todo lo que fue amado.
Y sólo un mudo llanto
de plenitud, por la belleza,
de tristeza.
Añoranza, otoño, amor, melancolía...
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