5 nov 2008

Cuenca, 2

Yo tenía el verbo sin abrir y
manejaba sólo dos palabras
que llevaba atadas en los puños a todas partes
las guardaba como Hikmet paseaba canciones por Budapest
o como Bryce guardaba relojes en los bolsillos,
o del modo que ciertos peces cobijan tormentas o aquellos rastros,
sí, mirad los dioses tristes en los aeropuertos,
saludad a los dioses tristes de los aeropuertos;

pero yo aún no hablaba así.

Yo tenía el verbo sin abrir y sólo usaba dos palabras.

Por la tarde te buscaba en casa,
bajábamos al puerto y rodábamos la tarde,
bebiendo y fumando camino de la cuesta,
la ciudad es nuestra,
escapábamos al atardecer
y amanecíamos muriendo y matando
en aquella esquina del coche
que íbamos aparcando por toda la ciudad,
tu pelo contra el cristal, estas manos,
el hombro salado ardiendo,

allí tu cuerpo empezaba en el mío
y el mío terminaba en el tuyo,

siempre llorabas bajo aquella luz gris,
cuando te cubría con los dedos y
articulabas sonidos tibios en mi pecho
y te decía que teníamos que ir pensando en volver,

regresaba con alguna canción en la frente,
con tu olor a la buhardilla y
me quedaba sentado, contando los gatos,
la espalda empapada,
intuyendo lo que iba a pasar luego,
que tendría que marcharme,
que tendría que escribirte,
que se abriría el verbo,
que empezaría a jugar
con más palabras
pero sin ti.



Artemio Rulán. Cuaderno negro.

1 comentario:

  1. Qué suerte poder leerte en directo! Unos días sin pasar y me encuentro montones de emocionantres sorpresas. Espero que una vez descubierto, al bueno de Artemio no se le ocurra jubilarse. Gracias

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