Me identifico plenamente con Artemio Rulán cuando decía que tenía 58 años cuando descubrió a Bach y que no sabía que uno puede vivir en un país con lluvia y no haber visto nunca llover.
Yo no tenía esa edad. Pero casi. No había escuchado a Bach ni sabía qué eran las variaciones Goldberg ni menos aún quién era Glenn Gould. Lo descubrí todo en el 2009 al descargarme una grabación para hacer una pieza, un juego visual llamado "Palabras que te debía para cambiar el mundo"
Aquella pieza (conceptual o quéseyo) nunca le gustó nada a mi querido John Hurley, pero a mí me sigue fascinando la posibilidad de todas aquellas letras desapareciendo en algo casi infinito que no diga nada pero que podría decirlo todo, algo perfecto, como una traza de Eco o de Borges. De todas formas lo que más me sorprendió de aquella grabación hipnótica era que parecía grabada en directo y que de fondo alguien susurraba, cantaba o musitaba acompañando el piano. Parecía una falta de educación y una rareza que en medio de un directo -yo pensaba que era una grabación pirata- alguien se pusiera a musitar/murmurar, pero esa fractura de la perfección también le daba una textura y belleza a la escucha.
Algo similar -aunque diferente- a aquella obsesión por el Candyland de Cocorosie que ya contábamos en la intro de "50 maneras de ser tu amante": los quejidos, gaviotas o ballenas o sonidos de un mundo a punto de romperse como base de la melodía de la canción (que sirvió por cierto para alumbrar lo que fue el nacimiento de este blog por el 2005-2006 en algo que parece -lo es- parte de otra vida y de otro mundo).
Bien, esta mañana después de un breve viaje procrastinador descubrí el video de la grabación original de Gould en 1981 y aprendí que era él quien cantaba, quien solía musitar (qué palabra más olvidada), susurrar (humming le dicen) mientras se acompañaba del piano, en una silla especial, un solitario y con miedo también a que le tocaran y a tocar el mundo como Florentina Resteiro, pero ahí sentado, solo, un hombre que parecía más mayor que los cincuenta años que tenía, a punto de morirse, le quedaba un año de vida, en un estudio casi vacío, ausente de todo, asomándose al piano como si fuera un niño de puntillas, asomado casi un alféizar para descubrirnos a través de Bach la lluvia en los países donde no ha dejado de llover.
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