22 ago 2021

Albedo (23): más eternidad si cabe

 

Domaba ciertos caminos donde transitar confuso.
Había una timidez superlativa en todo, rozando casi una especie de pánico social, pero con la tranquilidad de saber que todo iría bien. Esto era recurrente en el ánimo de todo el sueño: daba igual lo que pasara porque todo al final era correcto [recuerdo aquello de los griegos con lo que todo es designio de los dioses, una especie de templanza final para asumir que pase lo que pase es lo que tendría que haber pasado].
Había manchas de colores, en un recorrido por la costa del país que abandonábamos, eran claramente de colores aunque el sueño pudiera estar en blanco y negro. 
Ardía el pecho y la imagen era que el único lugar del mundo era en el asiento de atrás de ese coche cruzando la isla. Mi padre y mi tío cantaban boleros en los asientos de adelante y mi tía y yo describíamos entusiasmados el paisaje y los letreros de los pueblos que íbamos atravesando. Nos sabíamos mortales. Y sabíamos que nunca ibamos a irnos de aquel coche y de aquellas risas juntos allá. 
Vuelvo a menudo a ese mismo asiento de atrás del coche. Y la sensación de ser siempre un niño miope de doce años mirando un mundo fulgurante a punto de desaparecer.


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