Lo importante es la emoción que despierta la disposición de ciertos objetos en una secuencia del sueño. Y por ello entramos en él, todas las noches, como quien marcha de viaje. Con esperanza y convicción de sentir. La disposición de personas y objetos en una escena puede ser difusa y poco coherente [es un sueño], lo relevante [quizás no es relevante el término apropiado] es el sentimiento que se desprende al vivir esa escena.
Eso mismo que ocurre en el sueño, ocurre en determinadas circunstancias durante la vigilia.
Lo asombroso es como en el sueño, en un espacio donde aparecen personas reales o irreales, presentes o del pasado, cercanas o alejadas, vivas o muertas, con un vínculo manifiesto o sin él, relatadas en un tiempo saboteado y conjugados con objetos y una narración muchas veces absurda, lo asombroso decíamos, es cómo generan un estado de ánimo o un sentimiento. La (in)coherencia de la construcción de ese estado de ánimo que deja un sueño con la liturgia ambigua de personas, objetos y tiempo que reconstruye un sueño. Lo más revelador quizás sea como ese absurdo estado de ánimo de una escena densa e incoherente puede condicionar nuestras horas de después. Y cómo miramos o sentimos el mundo de luego con el estado de emoción generado o no tras el Sueño. Y cómo de alguna forma, y no sé bien cómo expresarlo, eso mismo que ocurre dormidos, esa barahúnda crepuscular, es tan similar a lo que luego pisamos con los ojos abiertos. Y así con el perfil de estas tazas de posos de café en la mesa y los cables, y el libro abierto en la página 91, y una pinza, dos lápices, un ratón desconectado de la computadora, un termo, llaves antiguas, pastillas, un vuelo caducado, una taza, la foto de mi madre del 65, dos diccionarios, un líquido para espejos, libros, marcadores, gafas, correas, polvo, mandos de distancia de aparatos que ya no existen, más libros, una regla, Boxer de The National, teléfonos y cables, papeles, toallitas caducadas para lentes, una montaña de ropa para todas las estaciones, una impresora, libros, chicles y un bolígrafo rojo. Lo asombroso decíamos es como ese montón de objetos dispuestos y acumulados en un tiempo y en un espacio, tan oníricos como el descanso que vendrá al final de esto, producen un sentimiento eterno y difícil de aprehender, que se engarza en alguna parte de nada y desaparece en el débito de aire que mueven los dedos al terminar de escribir esta última palabra.
Y nada. Ya más en fin nada.
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