quizás un poco tarde ya,
que el mundo no es limpio ni justo.
Y siguen ganando los de siempre y los que hacen ruido
y los que saben mover bien sus piezas.
No sabes bien la inmensa ternura que siento al verte andar:
Observando
como doblas un poco el pie hacia dentro
y vacila tu cadera.
Pararía el tráfico y los tiempos
para que te viesen así,
y que esta luz pudiera ser nueva.
Y que nueva la pudiéramos ver siempre que miráramos
ahora que,
ya vividos
todos los sueños,
parece que corremos
solos hacia la muerte.
Es cierto este espíritu mexicano de la familia: Hemos aprendido a convivir con bastante naturalidad con la muerte y algunas rutinas son bastante mágicas.
Llevamos a diario a nuestros muertos con nosotros y mantenemos conversaciones en voz alta en sitios insospechados: pasamos, por ejemplo, buenos ratos charlando en el coche o mientras nos duchamos o paseando al atardecer. Nos contamos los afanes y los silencios, tomamos notas mentales y las intercambiamos con plena naturalidad entre un mundo y otro sin saber cuál de los dos es el verdadero.
En la cama nos santiguamos y rezamos juntos, o aguantamos hasta treinta para quitar el hipo (depende del día y de la luna). Hacemos tristes, tan siempre tristes, nuestro peculiar inventario de haberes y recobramos nuestros recuerdos, recuerdos comunes que fugan, casi todos siempre, hacia o desde la infancia.
Artemio Rulán. La enfermedad de Artemio Rulán.
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