39 palabras (I)
39 palabras (II)
Los textos inéditos, no publicados completamente, de la época que Artemio Rulán vivió en Queens probablemente son los más trascendentes de toda su literatura. Quizás no sea afortunado hablar de literatura. Una crítica muy reciente del libro (“La ñoaranza de Artemio Rulán") hace hincapié en sus frases finales sobre este mismo punto: “No sabemos si es literatura, ficción o actividad intelectiva”. Acertadamente nosotros tampoco sabemos, ni sabremos nunca con certeza, cuánto de literatura o cuánto de realidad hay detrás de todas las marañas de letras del autor. Y sinceramente pienso y le insisto - y como la autora de la crítica escribía mucho mejor - a nosotros no nos hace falta tampoco saberlo. Al final las afinidades con el autor (contemporáneo también si él me permite robar esa denominación tan hermosa) me ha hecho prescindir de entonar recomendaciones y críticas y ceñirme más al terreno de la amistad de alguien con quien compartí tardes en Washington Sq. y cigarritos en los peldaños de la John Gibson Gallery.
Descubrí los textos de NY de soslayo, reenviados por un amigo común de un amigo común que también había coincidido con Rulán cuando vivía con la camarera que menciona en una de sus historias. Yo pasee aquellas calles y desayuné y cené en el hooperiano café donde era halcón habitual. También acompañé al autor del libro recopilatorio de la ñoaranza, a Rafa Cofiño, a recorrer esas mismas calles hace unos quince días, en un viaje relámpago, suicida decía él, cuando vino a buscar esos lugares, tomando notas y sobre todo a realizar el “sagrado encargo” de despedir a una moleskine amarilla que contenía algunas de las últimas anotaciones sobre la vida de Rulán. Moleskine épica que tras una noche de borrachera arrojamos en las procelosas aguas del Hudson para mayor asombro de los peces que jamás habían bebido letras más hermosas y para mayor asombro del océano que fue el encargado de hacerla desaparecer en su promiscuo vientre.
Tengo varias hipótesis de cómo y porqué fueron escritos estos textos neoyorquinos. Todas ellas encajan y mantienen coherencia con la famosa apuesta que hizo en Tepanahuori para acercarse a Florentina Resteiro. No desvelaré el desenlace de la apuesta. Sólo reseñar que no es cierto que Dña. Florentina guardara silencio durante todo este tiempo. Probablemente la que mejor hablara y mejor se explicara durante esos años de separación fue ella. El problema fue una lectura errónea, una asimetría de códigos y quizás un empeño de Artemio de solo leer cómo el escribía y no de leer como otros, ella, escribían. Una empecinada miopía sentimental diríamos.
Bueno. La principal hipótesis de la belleza –en mi modesta e imparcial opinión- de esos textos de la época de Queens es que se trataban de cartas. Durante aquellos años Rulán guardo decenas de cartas que nunca llegó a enviar a Florentina en Tepanahuori. Las cartas, me comentaba, comían literalmente las habitaciones. Las escribía de día volteando los barrios, anticipándose a su proyecto de ñoarandanza y a un personaje que posteriormente exprimirían Auster o Pamuk en verdaderos plagios del gringo y el turco. Bien. Escribía las cartas de día decidido a mandarlas al buzón. Pero llegado al buzón se comía los nudillos y volvía con los bolsillos del abrigo negro y roído lleno de letras. Pasaba hambre y tenía frío. De eso doy fe. En casa se sentaba, alineaba las hojas en la mesa y tomaba un poco de pintura blanca corrigiendo y disimulando letras que delataran que las cartas eran cartas y que las personas eran personas y que los sentimientos eran sentimientos. Borraba frases y sílabas, nombres, señas, direcciones o palabras que lo pudieran identificar como un obsesivo epistolar, jugador perdido que no perdedor. Claro, borrar demasiadas líneas y frases hacían perder el sentido original de la lectura pero daban una profunda transparencia, una leve melancolía a los textos. Pese a no entenderse nada. Porque yo no entiendo nada por más que releo, pero en cada lectura me conmuevo todavía más que en la anterior. Y miren, más aún, lo más significativo, al borrar se iban inventando formas y palabras que antes, la carta original, no había tenido.
En un desliz de la pintura blanca, tapando, descubriendo más de lo que debía, nació, este es el verdadero origen, la verdadera génesis, nació una mañana a finales de junio, con el patio y los tejados rotos atravesados de gorriones gringos, nació la palabra ñoaranza. Esa misma mañana Artemio, desconsolado, con más agujeros que las nubes en otoño, empezó a notar los primeros síntomas de su enfermedad.
Lorenzo Cefonte. Periodista del Queens Cult Magazine. Grabación extraida del proyecto "Las otras historias de Artemio Rulán"
39 palabras (II)
Los textos inéditos, no publicados completamente, de la época que Artemio Rulán vivió en Queens probablemente son los más trascendentes de toda su literatura. Quizás no sea afortunado hablar de literatura. Una crítica muy reciente del libro (“La ñoaranza de Artemio Rulán") hace hincapié en sus frases finales sobre este mismo punto: “No sabemos si es literatura, ficción o actividad intelectiva”. Acertadamente nosotros tampoco sabemos, ni sabremos nunca con certeza, cuánto de literatura o cuánto de realidad hay detrás de todas las marañas de letras del autor. Y sinceramente pienso y le insisto - y como la autora de la crítica escribía mucho mejor - a nosotros no nos hace falta tampoco saberlo. Al final las afinidades con el autor (contemporáneo también si él me permite robar esa denominación tan hermosa) me ha hecho prescindir de entonar recomendaciones y críticas y ceñirme más al terreno de la amistad de alguien con quien compartí tardes en Washington Sq. y cigarritos en los peldaños de la John Gibson Gallery.
Descubrí los textos de NY de soslayo, reenviados por un amigo común de un amigo común que también había coincidido con Rulán cuando vivía con la camarera que menciona en una de sus historias. Yo pasee aquellas calles y desayuné y cené en el hooperiano café donde era halcón habitual. También acompañé al autor del libro recopilatorio de la ñoaranza, a Rafa Cofiño, a recorrer esas mismas calles hace unos quince días, en un viaje relámpago, suicida decía él, cuando vino a buscar esos lugares, tomando notas y sobre todo a realizar el “sagrado encargo” de despedir a una moleskine amarilla que contenía algunas de las últimas anotaciones sobre la vida de Rulán. Moleskine épica que tras una noche de borrachera arrojamos en las procelosas aguas del Hudson para mayor asombro de los peces que jamás habían bebido letras más hermosas y para mayor asombro del océano que fue el encargado de hacerla desaparecer en su promiscuo vientre.
Tengo varias hipótesis de cómo y porqué fueron escritos estos textos neoyorquinos. Todas ellas encajan y mantienen coherencia con la famosa apuesta que hizo en Tepanahuori para acercarse a Florentina Resteiro. No desvelaré el desenlace de la apuesta. Sólo reseñar que no es cierto que Dña. Florentina guardara silencio durante todo este tiempo. Probablemente la que mejor hablara y mejor se explicara durante esos años de separación fue ella. El problema fue una lectura errónea, una asimetría de códigos y quizás un empeño de Artemio de solo leer cómo el escribía y no de leer como otros, ella, escribían. Una empecinada miopía sentimental diríamos.
Bueno. La principal hipótesis de la belleza –en mi modesta e imparcial opinión- de esos textos de la época de Queens es que se trataban de cartas. Durante aquellos años Rulán guardo decenas de cartas que nunca llegó a enviar a Florentina en Tepanahuori. Las cartas, me comentaba, comían literalmente las habitaciones. Las escribía de día volteando los barrios, anticipándose a su proyecto de ñoarandanza y a un personaje que posteriormente exprimirían Auster o Pamuk en verdaderos plagios del gringo y el turco. Bien. Escribía las cartas de día decidido a mandarlas al buzón. Pero llegado al buzón se comía los nudillos y volvía con los bolsillos del abrigo negro y roído lleno de letras. Pasaba hambre y tenía frío. De eso doy fe. En casa se sentaba, alineaba las hojas en la mesa y tomaba un poco de pintura blanca corrigiendo y disimulando letras que delataran que las cartas eran cartas y que las personas eran personas y que los sentimientos eran sentimientos. Borraba frases y sílabas, nombres, señas, direcciones o palabras que lo pudieran identificar como un obsesivo epistolar, jugador perdido que no perdedor. Claro, borrar demasiadas líneas y frases hacían perder el sentido original de la lectura pero daban una profunda transparencia, una leve melancolía a los textos. Pese a no entenderse nada. Porque yo no entiendo nada por más que releo, pero en cada lectura me conmuevo todavía más que en la anterior. Y miren, más aún, lo más significativo, al borrar se iban inventando formas y palabras que antes, la carta original, no había tenido.
En un desliz de la pintura blanca, tapando, descubriendo más de lo que debía, nació, este es el verdadero origen, la verdadera génesis, nació una mañana a finales de junio, con el patio y los tejados rotos atravesados de gorriones gringos, nació la palabra ñoaranza. Esa misma mañana Artemio, desconsolado, con más agujeros que las nubes en otoño, empezó a notar los primeros síntomas de su enfermedad.
Lorenzo Cefonte. Periodista del Queens Cult Magazine. Grabación extraida del proyecto "Las otras historias de Artemio Rulán"
"disimulando letras que delataran que las cartas eran cartas y que las personas eran personas y que los sentimientos eran sentimientos"
ResponderEliminarMe encantó eso
Laberinto, puzzle, historia. ¡Magnífico!
ResponderEliminarAcabo de resignarme definitivamente a encajar las piezas del rompecabezas. Ahora ya veré que hago.
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