en el 5 encuentro de las artes y culturas organizado por el Colegio Inmaculada

Tan cerca, tan lejos
Siempre habíamos sido colegios rivales. Nosotros subíamos hacia los barrios y ellos bajaban al centro. Nosotros íbamos desastrados por dentro y por fuera, descosidos galopando al sur. Ellos iban impecables bajando al norte del mapa de la ciudad. Ellos, además las tenían a ellas. Nosotros sólo nos teníamos a nosotros. Y ellas les adoraban, dios, les adoraban: deportistas, sonrientes, olorosos, inmaculados.
El padre de un colega nos decía que aprovecháramos, que cuando empiezas a cumplir años las mujeres empiezan a mirar a través de ti como si fueras perfectamente transparente. Mierda de consejo. A nosotros ya nos miraban así con quince años. Y para seguir los quince y los quince siguientes.
Pero sobre todo, y esto era lo más grave, ellos la tenían a ella.
Con un flequillo perfecto y unas ojeras de escándalo. Callada. Sonriente. En cinco años sólo se cruzó una mirada con la mía. Y fue por un profuso error. Fijo. Seguro que quería mirar a otro sitio y se encontró con esto miope que no sabía cómo cerrar la boca y dejar de moverse en todos los ejes de su cuerpo puberiano. Pisándose la gabardina vieja del abuelo y las gafas de morrissey y basculando la carpeta remendada de poemas tristes.
El día que nos explicaron en biología el ciclo hormonal femenino y el eje hipotalamo-hipofisario-gonadal me di cuenta que estaba profundamente enamorado. Y que había firmado mi sentencia de muerte el profesor aquel, mientras dibujaba estrógenos y químicas en el encerado. Al regresar hacia casa la observé. Ese cuerpo que me cruzaba todos los días, con el asombro de cómo tal levedad podría sostener esa arquitectura de humores y células. Esa belleza compleja moviendo así el mundo. A dónde fugarían todas las flechitas y los feed-back y qué rincón me dejaría entre tanta sangre va y tanta sangre viene para recostar mi cabeza y dejarme dormir allí a su lado por el resto de sus días. Días contados porque el corazón me refreía el paladar y queríamorirmeperoya para evitar tanta estupidez.
Algún día, pensaba de aquella, me invitarán a tu colegio. Me subiré a una mesa en ese estrado. Abriré un libro y leeré en voz alta un poema. Lo leeré en voz alta para todos. No me importa si tiembla la voz o se agitan las manos o si las gafas hacen piruetas en el dorso nasal. Lo leeré en voz alta para todos, pero tu sabrás, y yo sabré, que el poema es sólo para ti. Y al acabar tu dirás bajito para tus labios: "ah, claro, era ésto" y yo sin haberte escuchado pero sabiendo que lo dirías, pronunciaré bajito para mi y para tus labios "claro, lo ves, era ésto. No era tan complicado".
Han pasado casi 25 años. Al final no ha sido tanto tiempo. La espera merece la pena. Ya te dije que lo conseguiría.
Artemio Rulán. Cuaderno blanco
Me han enviado un mail comentando esto:
ResponderEliminar"ella no siempre espera tanto..."
No te pongas demasiado nostálgico, Artemio. Seguro que la del flequillo está ahora embarazada del tercer hijo y retiene líquidos. En pocos años habrá empezado a tener pérdidas de orina. Bien mirado (Tito Quiraldo seguro que me daría la razón)lo mejor es que pasase de largo sin reparar en ti.
ResponderEliminarPues claro que sí Chesire. Ahi estamos. La que tuvo retuvo (y sobre todo líquidos).
ResponderEliminarEste hombre no tiene remedio...
Teniendo en cuenta que era de los jesuitas, hay bastantes probabilidades de que hubiera estado liada con el gran Chesire, palmito...
ResponderEliminarRafa : Que no te angustien tan crudos comentarios. Algunos, que aletean con dificultad a ras de tierra, no saben que la poesía es como la luz polarizada que vibra en un solo plano./JohnHurley
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