6 abr 2023

“La luz no está ahí fuera” -el viejo Rulán señala sonriente su sien. “La luz está aquí dentro”.


No teníamos que hacer nada. Ninguna obligación. La enfermedad permite también dejar tareas aparcadas, demorarse y poder hacerlo todo más despacio. Señales. Lo tenemos de nuevo unos días en casa con nosotros y mira sorprendido cómo han crecido los críos y como hemos envejecido también todos. Mueve la mano despacio y el café. Es curioso que el cuerpo a veces tiene que vencerse para volver a hacerlo todo más despacio y detenerse en los detalles. Y cómo esto, siendo tan simple es tan complejo, y algo que no deja de ser un privilegio sólo para algunos, para los que son los narradores de las energías de los esclavos.

Hacía tiempo que no lo veía cojear tan despacio. Recordé que siempre me decía que lo de caminar lento -contra lo establecido- era una forma que conseguir que el mundo fuera más despacio

"Y cada paso, medido, es más lento que el anterior, de tal efecto que los peatones acelerados piensan que ese señor juega a quedarse parado en el aire. Suspenso, baja luego la pierna, los pies toman el gesto del suelo y besan con ternura la rapidez con que gira el mundo"

Salimos un poco a caminar. Abril es un mes perfecto. La luz es una herida. Es el mes perfecto para vivir y para morirse. No teníamos nada que hacer. Había un árbol perfecto allá arriba en el monte. Muy lejano pero se veía nítido contra las últimas luces del día. Lo señalaba cabeceando. Sin palabras, un sólo movimiento de barbilla para subrayar la belleza del instante. Ya está, ya pasó. Ya nada es igual. Se fue. Decía cabeceando al monte y al cielo alto. Bien miopes ambos, pero casi podíamos contar sus ramas y esa comprensión de que luces y sombras son lo mismo. Nos adoraban aves de las que desconocíamos sus nombres y había trazas de un verano posible bajando por las costuras del valle.

Hace unas semanas me contaba que solía volver a ponerse una moneda en el fondo del zapato en alguno de sus paseos. Con la cojera no podía ir más rápido y el metal en la planta del pie le recordaba aquella otra vida volviendo de los puertos: Baltimore o San Juan, la esquina de Queens, la tienda de Fina, la ternura salvaje de Quiraldo o Resteiro cruzando la plaza de Tepanahuori la tarde en que nacieron todas las tardes.


La enfermedad de Artemio Rulán.

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