30 nov 2016

La enfermedad de Artemio Rulán


No, no estoy loco.
Tengo el alma afónica

F. R


Si tienes la paciencia del guijarro,
su voz callada, su gris acento sin aristas,
y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
es bueno que sepas que allí van a llamarte
con un nombre nunca antes pronunciado

Alvaro Mutis


Me di cuenta que estaba comenzando a vivir el día que me enamoré de la luz Pasé mucho tiempo solo en mi infancia aburrido en así grandes estancias La casa era un rectángulo mate Pasábamos hambre y frío en aquellas habitaciones gruesas con paredes y de minúsculas las ventanas y un territorio inhóspito allá fuera Fuera estaba un mundo terrible que parecía hecho de carne y barro y tendones de gigante Pero había música también y ruido y la casa llena gente de subiendo, bajando, así una alegría enorme de ruidos Un día de crío descubrí pequeños diamantes frágiles bailando en la estela que pendía de los tragaluces Dejaba llevar la mano entre ellos y el calor del rayo que se iba deslizando por el suelo de madera según pasaban los días Mayoritariamente que en la caja de mi casa y del mundo llovía pero si de no llover era la luz y en ella asumía sin saber que era asumir que estaba comenzando a vivir y había peces anchos en los tejados que rompian Y la vida era algo como un balancín llovía mucho grueso en las paredes de dentro pero yo esperaba la luz y las dos eran ambas y así con dedos mis dedos enredados en el cabello del rayo de luz del desván la melena de un volcán terrible crecía y asumía el deseo y la respiración con fiebre de tanto a través de estos ojos de crecer de crecer

 Me di cuenta que me estaba comenzando a morir el día de que se fueron las palabras Yo hablaba mucho demasiado siempre y a veces me reñían Rulán decían, despacio Rulán despacio hombre y las ideas eran como aquellas motas de polvo me dijeron allá que no fueron diamantes que era polvo que la riqueza de la luz era un polvo minúsculo así de suspendido pero yo hablaba rápido con la cabeza a rápido y las ideas como ir dejando caspa y pelos por las cosas como la costra que yo adhería en el mundo y las cajas y las pieles y que debía preocuparme luego siempre de volver y llevarmelas de nuevo a la boca para que no taparan los pasillos ni anegaran los países o los barcos y los libros y tardaba meses en recuperar todas las palabras que se habían pegado en los enseres pero la gente sé que algunos se quedaban con las palabras de Rulán y las acometían así en líneas de a cuatro como niños pequeños en cunas y al nombrar si nombraba algo las cajas la gente saludaba o me asentían o de reñirme o de viajar o de abrazarme a veces también que sí me oían

 Pero y esto fue

Una tarde yo hablaba y no se volvieron a contestarme
Yo pedía pero nadie contestaba
yo rezaba pero los dioses y los poemas dejaron de hablar

yo oía el ruido y la música del mundo pero el mundo no me oía a mí la palabra tardaba tanto como el temblor de la viga del sótano o como la claúsula que de miedo tenía al levantarme y tenían que tirar de mis hombros ángeles para tenderme al trabajo o para acostarme borracho pero también era así de bella como el calor de la palma de la mano y la palabra no llegaba y nadie miraba ya pero no dolía pensé que me dolería el pecho que al morirse despacio doldría más pero no dolía el agujero era lluvía y luz y todo cerca y todo ahí pero nadie aunque miraba y tenía que batir las manos o acelerar la cojera para llamar la atención y que me llevaran a casa o para poner en orden los botones de la camisa la camisa y los botones eran un desastre y el pelo sucio con algun adjetivo exiliado sin recoger Pensé ya lo había pensado sí que algo pasaba y tuve miedo de perder la luz y ahí casi como si imaginara al final tampoco quise perder la lluvia ni quería de que morirme sin ganas o de quedarme afónico la historia vieja esa historia vieja de quedarme afónico de si uno puede quedarse afónico de tanto decir de tanto hablar millones y millones millones y millones de palabras solo para mí solo para mí solo adentro


Artemio Rulán. El libro blanco

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