albedo Del lat. albēdo 'blancura'. 1. m. Fís. Proporción existente entre la energía luminosa que incide en una superficie y la que se refleja.
Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Jorge Luis Borges
No he podido venir a verte en todos estos tres años.
He ido teniendo información periódica de cómo ha ido todo y guardo minuciosos detalles de cómo estás y de cómo ha ido avanzando tu enfermedad y tu edad. Pero me he sentido incapaz de cruzar la puerta de esa residencia. Me matan estos sitios. Sé que has estado perfectamente atendida y que es un lugar fantástico, pero soy incapaz de poder cruzar el umbral y se me hace insoportable visitarte fuera de otro sitio que no sea tu antigua casa. Lo sé. Son excusas infumables, pero prefiero serte sincero a malgastar mentiras con esto y el poco tiempo que nos queda.
Sí, me matan estos sitios. Me mata no tener fuerza para ir pero me mata mucho más saber que no voy a volver a verte de nuevo en tu casa. No visitarte en la cocina blanca del cuarto derecha, preparándome el café y contándonos la vida y dejándonos cuidar los dos mutuamente. Cuando el tiempo era elástico y teníamos la capacidad de conformarlo a nuestro antojo.
Tu cocina tenía esa propiedad que describieron de algunos animales en algunos libros: se podía encoger y expandir de acuerdo a los cuerpos que la ocupaban; y así ella fue creciendo desde aquel mueble de la derecha llena de cosas, del quemador y la cocina de carbón a los otros muebles y la nevera nueva. Crecía la cocina a medida que nosotros crecíamos en ella y los utensilios de ganchillo y de lana y los inhaladores y los botes de pastillas y los papeles de borrador que C. nos traía y los primeros periódicos de EL PAIS que vieron nuestros ojos y que J. empezaba a comprar y paseaba debajo del brazo y que nosotros mirábamos con orgullo de que había una trinchera verde en el barrio y todos aquellos apuntes de MC que tanto nos enseñaron a ser responsables y a trabajar. Un gran hijo de puta decía que no entendíamos la vida y ciertas profesiones, bastaban dos tardes en aquella cocina para entender lo único preciso que necesitamos saber en esta vida.
En tres largos años - y ya son alguno más en el momento que anoto esto- no he sido capaz de ir a visitarte. Hay una fuerza extraña que me deja encerrado en casa y sin posibilidad de moverme.
Anoto para tratar de comprender esta fijación que tengo de vincular a personas con lugares. Algo dentro de mí siempre se sorprende por este afán de emparejar personas y sitios (como también se sorprende por mi afán de interpretar que lo que leo en ciertos libros tiene que ver con cosas que han pasado o pasarán, o en mi asombro por ciertos juegos cortazarianos). Emparejo a Juana Mari con Zoila, a Yeya y Estelina con Cuenca, a María con Villamediana o República Argentina. Mujeres fuertes e imprescindibles con lugares fuertes e imprescindibles. Y tú en el cuarto derecha o sentados juntos al lado de aquella cocina de carbón en la aldea.
El problema es que cuando ellas desaparecen, el lugar también lo hace. Figurada y realmente os acabáis siempre yendo ambas. Y se quedan solos los mapas, con agujeros vacíos y extraños que inútilmente trato de llenar con palabras.
(nosotros, así siempre: niños miopes y desorientados tratando de encontrar el lugar de vuelta a casa)
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