4 sept 2020

Identidades de Florentina Resteiro

I had a secret meeting in the basement of my brain 

 

Florentina Resteiro tenía miedo de los cuchillos y las agujas, de los iris de perfiles acerados, de las horquillas e imperdibles y de los alfileres de los charcos. Su piel trataba apenas de rozar el mundo porque el tacto continuo con objetos, circunstancias o personas, la llenaba de una extraña confusión entre el desánimo y la ñoaranza . Dolía su piel el mundo, y evitaba el contacto con el mismo. Usaba ropa amplia, leve, de algodones y no soportaba las gomas o los ceñidores de mangas o cuellos, de pechos o nalgas, que comprimieran su piel. Dejaba siempre su cuello al aire y evitaba, obviamente, pulseras, cadenas o relojes. Los pies, siempre que podía, desnudos. Las manos sin guantes en invierno.

Era extremadamente solitaria y evitaba los espacios llenos de gente, conversaciones y ruidos. Si fuera obligatorio relacionarse o cruzar espacios poblados solía usar, aún a riesgo de llamar más la atención, unos anteojos quemados y viejos, y, para los oídos, unos tapones de cera que guardaba en una cajita metálica de bordes gastados y con un dibujo en la tapa como si fuera un mapa con unas rosas y con un texto ilegible en el reverso (me paro en este detalle algo absurdo por una conexión que guarda dicha caja y el texto con una historia antigua que otro día relataremos, una historia de Rulán relacionada con las treinta y nueve palabras).

Callaba y parecía ausente, aunque haciendo los gestos adecuados para no parecer maleducada. Ella usaba otras palabras pero realmente venía a decir que no estaba callada sino que estaba en una reunión secreta consigo misma en el sótano de su cerebro.

Los amantes que tenía, y que fue acumulando con los años, eran como baldosas irregulares que permitían a su cuerpo y a su alma cruzar con menos miedo esa plaza desierta y nocturna del pueblo que es la vida. No obstante, con el tiempo, las historias confirmaron que todo era al revés y que no era ella la que cruzaba sino más bien cruzaban ellos y ellas con la ayuda de Florentina. No desestimaba ni renegaba el placer. Quizás era una búsqueda ambivalente de una piel continuamente en el exilio. Había tenido en sus amantes orgasmos y encuentros bellísimos y su piel se acomodaba - o mejor decir viceversa: la de ellos a la de ella-  durante unos instantes para evitar aquel crujido y crepitar continuo que tenía su cuerpo. Besaba distante y evitaba los abrazos finales. El  sexo solía ser un encuentro violento y espeso, con una ternura en suspenso, con la textura y los olores que tienen ciertas fronteras y algunos lugares perdidos donde apenas llega nada o a los que no ha llegado nadie pero de los que ninguna se fue. 

Nadie volvía siendo el mismo del la piel de Florentina. Y Rulán no fue menos. Cuando se atrevía a mirar, la Resteiro miraba de frente, de frente, en picado hasta la retina y luego hasta dentro bajando por todos los conductos linfáticos posibles. Uno podía sentir el vértigo en el epigastrio y una sensación poderosa de tantos siempres a la vez. No se relacionaba mucho, mirando así podía sentir enseguida las incertidumbres, los desastres, las expectativas y las tormentas de quien tenía enfrente y por eso prefería evitar mirar y seguir paseando callada con sus anteojos, jugando cartas en su sótano del encéfalo, gastando sus tapones y conviviendo en los escenarios de una pasión casi teatral, efímera y contenida. 




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