28 jul 2020


"No se había cumplido un año todavía de que Ana había pisado por primera vez aquellas tierras, cuando se produjo lo inevitable: Rusia se la tragó, sin que Ana se diera cuenta. Seguía considerándose extranjera y visitante temporal, seguía pensando que su viaje a Rusia no era sino un incidente menor y que, en cuanto terminase la guerra, su vida continuaría normalmente en Constantinopla. Pero había comenzado a llamar al gato con un «ksi, ksi, ksi» en vez de un «psi, psi, psi» Había comenzado a pronunciar la o como «a» y la e como «ie». El té lo tomaba chupando el terrón de azúcar que se ponía entre los dientes. Y el dos de marzo, para celebrar la primavera, comió tsurekis en forma de pájaro, de esos que llaman alondras. En Pascua dio tres besos a todo el mundo para cumplir aquello de «Besémonos los unos a los otros». Ahora, cuando oía a Druzhok ladrar tres veces sucesivas en el patio, esperaba enterarse de que en algún lugar había un incendio. Sabía que cuando tenía comezón en un costado era porque iba a recibir una noticia. Que cuando tenía comezón en las orejas, iba a llover. En las cejas, iba a llorar. Y que cuando una vela se apagaba de repente, era porque iba a llegar un huésped al que nadie había invitado"


Maria Iordanidu. Vacaciones en el Cáucaso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario