20 oct 2022

Centauros del desierto




Miro la cajetilla. Le han quedado siete cigarrillos por fumar.
Vamos a pasar por su vida sin saber casi nada de lo que ha pensado durante sus ochenta y seis años de vida.
Fuma despacio, en la silla del salón de casa de sus padres. Mirando a la calle que crece con él. Cabecea, duerme un poco, se despierta, tararea otro poco y echa de nuevo un pitillo.
Apenas tiene nada. Un armario con poca ropa, algunos objetos en la cabecera de la cama y un cajón del que haremos inventario algún día.
Me despierto muchas veces por la noche hablando. Y muchas más veces cantando. En sueños me pongo a cantar y me despierto cantando”.
Mira la calle: y los mármoles y las lindes y los pastos y las tiendas y el vado y las teselas y el recorte de luz y los tejados y los alfeízares.
Y casi todes les noches sueño con que estoy trabayando en el taller. Me levanto agotau. En la vida trabayé tanto. Esta noche hice cajoneres, la otra armarios y cama. Su madre
Nombra a todos porque la vida llegado un momento es un barullu y uno ya no sabe quiénes se han ido y quiénes quedan. Y posiblemente poco importa eso porque a una edad el verbo ser se conjuga de una forma bien diferente.
Echa el humo, a contraluz, como un centauro del desierto. “No somos nadie, no. Y en calzoncillos blancos menos”.
Ha pedido enterrarse con su padre. El hermano pequeño pidió que fuera con su madre y el mayor pide que sea con su padre. A un lado y a otro en la misma fila en Ceares.
Guardo la cajetilla con los cigarrillos pendientes. Esperando que nos los fumaremos juntos, algún día, en algún sitio del que ni los libros ni los sabios saben.





No hay comentarios:

Publicar un comentario